Del mito maniqueo del «buen Allende» y del «malvado Pinochet» no se escaparon, sin lugar a dudas, ciertos sectores “progresistas” de la Iglesia chilena. Peor aún. Y es este un tema que merece ser mencionado.
Hacia el final de febrero de 1987, cuando Santiago se preparaba para las celebraciones del decimocuarto aniversario de la ascensión al poder de la Junta Militar y del ocaso comunista, se registró una explosión en un edificio popular. Poco después un joven y una muchacha levemente herida, pero bien armados, fueron vistos salir del edificio y desaparecer.
La policía no tuvo mayor dificultad para descubrir en dicho departamento una bomba en preparación, un arsenal de armas y bastante material de propaganda comunista. La policía encontró, además, un documento de identidad que le permitió reconocer a la muchacha: era ni más ni menos que una sobrina del obispo Carlos Camus Larenas, principal opositor a Pinochet, objeto de una célebre entrevista en El Mercurio en la cual juzgaba como “no inmoral” cualquier atentado contra la vida de Pinochet y definía como “héroes” a los eventuales responsables del atentado. 20
En una situación de evidente embarazo, el obispo declaró que las acusaciones contra su sobrina preferida eran parte de una “campaña de persecución” que desde hacía tiempo se llevaba a cabo no sólo contra su persona, sino “contra toda la Iglesia Católica”. Campaña que según Camus se había intensificado después de que El Vaticano había anunciado la visita del Papa a
Chile. El obispo no explicó, entre tanto, el motivo por el cual el Gobierno y el mismo Pinochet querían atacar a la Iglesia justo en el momento de la visita papal.
En cambio, era bien claro para todos que en ciertos sectores “progresistas” del episcopado chileno, muy cercanos a la arquidiócesis de Santiago, desde hacía tiempo se abastecía al terrorismo comunista y filocubano con ayuda no sólo humanitaria (alimentos y asistencia médica) sino también con ayuda en dinero efectivo, salvoconductos y ropa para camuflarse. Entre los terroristas que encontraron protección en la arquidiócesis fueron identificados incluso aquellos que habían tomado parte en el enfrentamiento de Malloco.21
Fueron también identificados otros terroristas que escaparon a las redadas de 1983 y 1984 que estaban vinculados al asesinato del intendente de Santiago, general Carol Urzúa. 22
Hechos estos ampliamente confirmados por otros acontecimientos; hablemos sobre el tema, partiendo algunos años antes del ascenso de Salvador Allende al poder.
Antes de la UP.Ya en los años ‘60 (exactamente desde octubre de 1962, como consecuencia de la confusión generada después del Concilio Vaticano II), se habían manifestado en Chile las primeras señales de abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia por parte de un buen número de religiosos: a través de un trasbordo ideológico basado en la exaltación exacerbada de la justicia social, dichos religiosos habían aceptado una especie de evangelio marxista que, en la práctica, quería poner a la Iglesia al servicio de la revolución materialista y que, como refiere el autor chileno
Miguel de Nantes, partía de conceptos heréticos como: “Cristo fue un precursor de Marx, por lo tanto el primer revolucionario”. 23
Una ayuda consistente fue la concedida a la izquierda marxista y atea por aquella parte del episcopado chileno más cercano a la llamada Teología de la Liberación, desviación teológicosocial nacida en Nicaragua, acentuada en Perú (por el sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez), en Haití y en Brasil (por el teólogo fray Leonardo Boff) y también en El Salvador. 24
Con estas palabras se expresaba en un libro sobre el tema el sacerdote chileno Miguel Poradowski, profesor en la Universidad Católica de Valparaíso: “Hay sacerdotes que han aceptado el marxismo después de haber sufrido un lavado de cerebro: es gente que en vez de evangelizar al pueblo, lo están marxistizando. Y existen después los llamados tontos útiles, personas de buen corazón pero sin criterio, unos ingenuos, incautos, víctimas de la propaganda marxista y de la confusión que reina en toda la Iglesia después del Concilio Vaticano II”. 25
Es interesante un comentario del estudioso Pacheco Pastene: “En los años ‘60 apareció el diálogo entre cristianos y marxistas, no tanto desde el punto de vista doctrinario como del empeño en realizar acciones conjuntas”. Y sobre esto añaden Julio Canessa Robert y Francisco Balart Páez: “En aquel clima de entusiasmo irreflexivo, el empuje hacia el diálogo era una cosa que coincidía con los propósitos y planes del marxismo-leninismo. Las consecuencias no tardaron en manifestarse y al terminar los años ‘60 muchos sacerdotes se alejaron de su camino. Y fueron justamente los obispos los que abrieron dicha brecha”. 26
Pero no hay que generalizar. Los estudiosos Eugenio Yáñez y Gonzalo Rojas Sánchez refieren que, después del golpe de Estado en 1973, no toda la Iglesia católica chilena se alineó contra la Junta Militar: “Algunos obispos y sacerdotes”, se lee, “dieron gracias a Dios por el golpe de Estado, muchos vieron de buenas ganas la caída del régimen marxista y para otros lo que sucedió el 11 de septiembre de 1973 fue un mal menor”. Y así lo confirman los numerosos encuentros entre Pinochet y no pocos eclesiásticos católicos, evangélicos y ortodoxos, y la ceremonia pública en Linares con el obispo local y varios sacerdotes. 27
En cambio, entre los religiosos católicos, además del Cardenal Raúl Silva Henríquez, del obispo Carlos Camus Larenas(secretario de la Conferencia Episcopal) y de algunos otros de quienes se hablará a lo largo de estas páginas y que se hicieron notar por su reiterada posición a favor de la izquierda, hay que señalar a los obispos Enrique Alvear, Carlos González Cruchaga, Sergio Contreras, Tomás González, Jorge Hourton y Fernando Ariztía. En una posición crítica respecto a la forma como enfrentaba el problema de los derechos humanos el Gobierno Militar, se encontraban los obispos Bernardino Piñera, José Manuel Santos, Alejandro Jiménez y Sergio Valech. 28
A estos obispos católicos se sumaron, además, el religioso luterano Helmut Frenz (coordinador del Comité Pro Paz y que posteriormente fue expulsado del país) 29 y el rabino Angel Kreiman (con el cual Pinochet tuvo después un cordial y esclarecedor encuentro).
Todos ellos intercedieron a favor de los marxistas y recibieron una diplomática respuesta de Pinochet, en la cual les agradecía “el deseo manifiesto de una pacificación nacional que está en los objetivos de todos”. 30
Algunos años después, en 1976, los ya citados Alvear, González Cruchaga y Ariztía fueron arrestados en Ecuador, en la localidad de Riobamba, acusados por el gobierno de intervenir en la política interna del país y de proyectar la subversión a nivel continental, siendo posteriormente expulsados por las autoridades de Ecuador. La misma suerte tuvo el más estrecho colaborador de González Cruchaga, José Comblin, equivocado sacerdote belga, considerado uno de los más activos propagandistas de la Teología de la Liberación: fue expulsado de Brasil,en 1971, por sus contactos con el terrorismo local, favorecido por la protección del obispo “progresista” Helder Cámara. En 1974 la Junta Militar expulsó a Comblin de Chile, pero la medida fue revocada gracias a un perdón concedido por el despiadado Pinochet.
Monseñor Silva Henríquez había sido nombrado arzobispo de Santiago el 29 de junio de 1961. Un preanuncio de los daños que el nuevo prelado traería al país se tuvo cuando éste, entrevistado por el diario La Nación, el 25 de febrero de 1962, no tuvo reparos en afirmar que: “es torpe negar todo lo comunista por el hecho de ser comunista. Han hecho realizaciones positivas en el orden moral público”.
Y el 30 de septiembre de 1962, confirmando su orientación favorable a la izquierda, Silva Henríquez hizo una declaración pública que le tendía una mano al marxismo ateo y que parecía
haber sido concordada con Pablo Neruda. En efecto, apenas doce días después, el 12 de octubre de 1962, hablando en el teatro Caupolicán, el poeta tuvo el coraje de sostener que el país en el cual la familia gozaba del mayor respeto era la Unión Soviética. “Por lo tanto”, sostuvo Neruda, “cualquier crítica contra Silva Henríquez no puede ser sino mentirosa e instigada por los capitalistas imperialistas”. 31
Siempre hacia el final de los años ‘60, una pastoral del episcopado chileno se dirigió a “todas las personas de buena voluntad” (comunistas incluidos) para que “sea abierta la vía del
progreso” y para que se acelerara la Reforma Agraria iniciada en 1967 por el demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, “que podía”, según el mismo Silva Henríquez, “sustituir la opresión con un nuevo sistema de vida”.
En realidad, la Reforma Agraria, cuya ejecución continuó Allende, destruyó (como se verá en el próximo capítulo) la producción agrícola, llevando casi al hambre especialmente a los sectores menos pudientes y a los mismos campesinos.32
Mientras tanto los jesuitas, que editaban la revista Mensaje, dirigida por el padre Hernán Larraín, en el artículo “Revolución en la visión cristiana”, afirmaban que el pueblo chileno había “tomado conciencia de su inmensa fuerza propia” y que en el país se imponía, por lo tanto, “la necesidad de un cambio rápido, profundo y total”. Era necesario, entonces, siempre según el artículo del padre Larraín, “romper decididamente con el llamado orden tradicional” y, como consecuencia, “construir partiendo desde cero, un orden absolutamente nuevo porque la revolución está en marcha”.
En el editorial de ese número se afirmaba: “No vemos cómo pueda conciliarse una actitud auténticamente cristiana con una actitud cerradamente antirrevolucionaria… No olvidemos que sólo unidos a Cristo podemos cristianizar la revolución en marcha”. 33
Artículos del mismo tipo aparecieron en Mensaje de 1963 y 1964, firmados por el jesuita Gerardo Claps (conocido por haber expresado, como crítico cinematográfico, aprecio por algunas películas inmorales y obscenas), quien explícitamente invitaba a
los fieles a apoyar una eventual revolución marxista. Eran de tal manera agresivos sus escritos que en 1964 despertó la reacción de El Mercurio. 34
Pero el colmo fue cuando el padre Hernán Larraín, en su revista Mensaje y particularmente en una entrevista a la revista Ercilla, defendió sin términos medios al sacerdote apóstata Camilo Torres, quien en Colombia había combatido como guerrillero marxista-leninista. 35
Escandaloso fue también el nombramiento como docente en la Vicaría de la Pastoral Obrera, organismo perteneciente a la Arquidiócesis de Santiago, de José Sanfuentes, importante dirigente del Partido Comunista chileno.
Otro ejemplo fue la designación de un comunista (experto en reclutamiento, adiestramiento y abastecimiento de armas y explosivos, posteriormente muerto en un choque entre extremistas) como responsable de los archivos de la Vicaría. 36
En 1967 y 1968 el Cardenal Silva Henríquez dio que hablar sobre él, cuando alentó a los estudiantes marxistas de una autodenominada “brigada estudiantil” a tomarse la Pontificia
Universidad Católica de Santiago, obligando después al rector, monseñor Alfredo Silva Santiago, a renunciar porque había osado oponerse a aquella ocupación del centro de estudios. La Universidad pasó a estar de tal manera controlada por el grupo de jesuitas relacionados con el círculo izquierdista del Centro Belarmino, que fue nombrado rector el conocido demócrata cristiano de izquierda Fernando Castillo Velasco y elevado al rango de Gran Canciller el mismo Raúl Silva Henríquez.
Otros religiosos, escrupulosamente elegidos entre aquellos políticamente comprometidos con la izquierda, obtuvieron cargos útiles para el adoctrinamiento de los alumnos, como el director de la revista Mensaje, padre Hernán Larraín, que fue nombrado director de la escuela de psicología, el padre Juan Ochagavía, designado decano de la facultad de teología, la cual rápidamente evolucionó hacia una activa célula “progresista”, y el padre Gonzalo Arroyo, que obtuvo la cátedra de economía agraria con el encargo de preparar políticamente a los jóvenes sacerdotes que debían operar en las zonas rurales. 37
Lo que sucedió el 11 de agosto de 1968 en la Catedral de Santiago, el principal lugar de culto en Chile, constituye una prueba de los desbandes filo-marxistas de ciertos sectores del clero. Una docena de sacerdotes y más de doscientos laicos ocuparon la catedral y, después de haber adornado el púlpito con numerosos afiches del Che Guevara, iniciaron un comicio-debate
durante el cual protestaron por la prohibición de la Iglesia de usar la píldora anticonceptiva, criticaron la visita del Papa a Colombia “porque es una nación capitalista” y rezaron por el bien
de los “trabajadores explotados”, por la “lucha popular en Uruguay”, por los “detenidos políticos en Brasil” y, de modo particular, “por el Che Guevara, que todos consideramos un verdadero santo”.
El Cardenal Silva Henríquez, después de haber blandamente amenazado con sanciones esa profanación por parte de sacerdotes, se apuró a conceder su “perdón” y a reconocer “la bondad de aquellas intenciones y los aspectos positivos generados por ciertas tensiones”. 38
La única medida disciplinaria afectó al sacerdote español Paulino García, quien fue obligado a regresar a su país. Pocos meses después de su llegada a España, en septiembre de 1970, el
expulsado se expresó en estos términos en carta a Gladys Marín, secretaria general “vitalicia” de las Juventudes Comunistas de Chile: “¡Adelante la izquierda, mierda! Ojalá lleguen al poder y acaben para siempre con la explotación, el hambre y la incultura. Su triunfo y la implantación del auténtico socialismo serán definitivos en América Latina… Sean fieles al marxismo. Su triunfo adelantará la historia”. 39
Siempre en 1968, el Cardenal Silva Henríquez convocó a un sínodo en Santiago y le encargó al jesuita Manuel Ossa (que obedeció escrupulosamente) la redacción de un documento de
contenido “social”, en el cual se subrayase que “gracias a la ayuda de algunos partidos políticos, especialmente de izquierda, el pueblo por fin ha tomado conciencia de su propia miseria”. A
este enunciado, el documento redactado por Ossa agregó, en los párrafos A13 y A14, una belicosa exhortación: “La miseria vivida se trasformó en una miseria consciente, con conciencia de las injusticias. Y ahora la voluntad de cambio se manifiesta como voluntad de revolución, dentro o fuera de la legalidad”.
Un curioso tipo el padre Ossa: entrevistado por el diario El Mercurio, sostuvo pocos meses después que: “A la Reforma Agraria tiene que seguir la industrial, viciada hoy por el capitalismo”. Y agregó que: “en Cuba, el Partido Comunista es el único existente por ser el único partido que puede promover el bien común”. 40
En 1968 y 1969, la Pontificia Universidad Católica, por entonces ya transformada en un centro político y teológico condicionado por las influencias que llegaban desde Moscú, ejerció tal poder sobre el Cardenal Silva Henríquez que acabó por confiarle la inauguración del año académico 1969 al ya citado obispo brasileño Helder Cámara (llamado también el “arzobispo rojo”, por
sus ideas abiertamente procomunistas). En aquella ocasión, delante de todos los estudiantes, el “arzobispo rojo” declaró textualmente: “Respeto la memoria de Camilo Torres y del Che
Guevara en forma muy profunda y en general de todos los queen conciencia se sienten obligados a optar por la violencia. Sólo no respeto a los guerrilleros de salón”. 41
A Helder Cámara enseguida le hizo eco el docente de ética y filosofía de la misma universidad, presbítero Eduardo Kinnen (también nombrado por el Cardenal Silva Henríquez), que
en una entrevista a El Mercurio afirmó abiertamente: “Hay muchas coincidencias entre la tradición occidental y el pensamiento de Marx”. Luego agregó: “Coincidimos con Marx en su condenación del régimen capitalista tradicional”.42
Enseñanzas similares, dirigidas a los futuros jóvenes sacerdotes, recibían el aplauso incondicional del Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien, ese mismo año académico de 1969, confirió el
título de doctor honoris causa a Pablo Neruda, de quien se habló ampliamente al iniciar el capítulo. Comentando con complacencia las capacidades literarias de Neruda, el arzobispo se lanzó en un entusiasta apoyo a la “utilidad” de la enseñanza de la doctrina marxista y además, aunque no lo crea el paciente lector, del ateísmo: “Ninguna de esas ciencias o doctrinas deja de tener una parte de la verdad”, dijo textualmente el representante eclesiástico. 43
Al acercarse las elecciones de 1970 (las que llevaron a Allende al poder), las iniciativas filo-marxistas del episcopado chileno se multiplicaron.
En diciembre de 1969, entrevistado por algunos periodistas, Silva Henríquez afirmó que los católicos podían tranquilamente votar por un candidato como Allende, que además de
marxista era ateo y masón. 44
Interpelado por la organización católica TFP para esclarecer su declaración, no se tomó el trabajo de responder. 45
En abril de 1970 causó escándalo, entre otras cosas, una manifestación en la iglesia parroquial de Santa Catalina, no lejana de Santiago, durante la cual fue proyectada la película Lenin
en Octubre, comentada por el dirigente comunista Carlos Maldonado, secretario general del Instituto de Estudios Marxistas, con la presencia de otros dirigentes comunistas, como Héctor Benavides, quienes felicitaron al párroco por la brillante iniciativa. Los mismos felicitaron también a Silva Henríquez por haber prohibido, pocos días antes, la celebración de una misa por las víctimas del comunismo. 46
En agosto de 1970 el Canal 13, de propiedad de la Universidad Católica, transmitió una película propagandística (grabada en Cuba y que incluía, entre otros temas, una entrevista a Fidel
Castro) que fue llevada desde La Habana a Santiago por el sacerdote Juan Ochagavía, en uno de sus frecuentes viajes a la isla. 47
Un mes después, en septiembre de 1970, una iniciativa conjunta de algunas organizaciones de izquierda católica (Movimiento Obrero de la Acción Católica, Acción Católica Rural,
Juventud Universitaria Católica) obtuvo del padre Manuel Segura, provincial de la Compañía de Jesús, una carta que invitaba a todos los jesuitas a apoyar a la izquierda: “El programa de la Unidad Popular”, escribió el padre Segura, “persigue algunas finalidades que son auténticamente cristianas”. 48
Y siempre en septiembre de 1970, con las elecciones a la puerta, la Conferencia Episcopal hizo aún más, expidiendo a favor de Allende una declaración firmada por su presidente, monseñor José Manuel Santos, y su secretario general, Carlos Oviedo Cavada, en la que expresaban que los obispos chilenos estaban conscientes del hecho de que el país “está en el umbral de una
nueva época histórica”. Y agregaban: “Los cristianos queremos participar con los valores del Evangelio en la formación del «hombre nuevo»”. Enseguida, afirmaban: “Hemos cooperado y
queremos cooperar con los cambios”.49
El mismo Allende estaba perfectamente consciente del fuerte apoyo episcopal y pre-electoral, a tal punto que en 1970 afirmó, sin titubear, al New York Times: “Creo que la Iglesia no
será un factor de oposición al Gobierno de la Unidad Popular. Al contrario será un elemento a nuestro favor, porque estaremos intentando convertir en realidad el pensamiento cristiano”. 50
Fue una profecía exacta: cuando Allende ganó las elecciones de septiembre de 1970, las primeras felicitaciones llegaron del arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez, que declaró
públicamente su “plena disponibilidad para ayudar a la realización de los grandes programas formulados por el nuevo Gobierno para el bien público”. 51
Y a la victoria electoral de los socialistas y comunistas siguió el Tedeum “ecuménico” de acción de gracias en la Catedral de Santiago el mismo día que asumió Allende como Presidente de Chile. 52
Pocos días después, durante un encuentro con dos periodistas cubanos (Luis Báez, del periódico Juventud Rebelde, y Gabriel Molina, de Radio La Habana), el arzobispo confirmó el pleno
apoyo de la Iglesia al programa de la Unidad Popular y aseguró que entre el episcopado y Allende no había “ninguna discrepancia”. 53
Pocos meses más tarde, el 1 de mayo, Silva Henríquez asistió, en la tribuna de honor al lado de Allende, a una manifestación de la Central Única de Trabajadores, máximo organismo
sindical dirigido y controlado por el Partido Comunista. 54
En esos mismos días, monseñor Fernando Ariztía y monseñor Carlos González regresaron de una misión en Cuba. “En la Cuba de Fidel Castro”, expresaron los dos religiosos en la entrevista a la revista comunista Mundo 71, “existe estrechez y hasta pobreza pero sin miseria”. Poco después, obligados a mencionar el racionamiento de alimentos existente en Cuba, los dos prelados lo definieron como “repartición equitativa de los medios disponibles”. 55
En septiembre de 1971, en El Vaticano se produjo la célebre gaffe de monseñor Sergio Contreras, quien interrumpió un discurso en el sínodo de Roma para leer, en presencia del Papa, una declaración, en nombre del Cardenal y los obispos chilenos, en la cual se afirmaba que Chile “marchaba hacia el socialismo por la vía democrática” y pedía a la Iglesia Católica, en nombre de los obispos chilenos, que se revisaran los conceptos de libertad y propiedad”. 56
Y cuando en noviembre de 1971 Fidel Castro visitó Santiago, Silva Henríquez quiso rendirle personalmente homenaje en el aeropuerto. “Conozco sus pronunciamientos”, le respondió el
dictador cubano, “y he sentido simpatía personal por su posición”. 57
Hacia el final de 1971 las cosas se ponían mal para Salvador Allende. Las huelgas, protestas y manifestaciones se multiplicaban. Y justamente entonces el Cardenal Silva Henríquez intentó darle una mano al amigo en dificultad. Hablando desde Canal 13 (con el que a su gusto hacía uso político) afirmó que el Gobierno de Allende trabajaba “sincera y arduamente por el
bienestar de la colectividad” y que la Iglesia estaba “feliz por los grandes pasos realizados por el país hacia la participación y la igualdad”. 58
En los primeros meses de 1972, cuando se constituyó en Santiago el grupo marxista Cristianos por el Socialismo (que extendería sus estructuras también en el extranjero), el Cardenal, en carta al jesuita Gonzalo Arroyo, le expresó: “Cómo es posible que la Compañía de Jesús permita que se piense que ella tiene una orientación marxista.” A pesar de esto no dudó en tener con los extremistas un largo encuentro, definido por la revista Qué Pasa como “muy cordial”. 59
Poco después, en junio de 1972, la Conferencia Episcopal Latinoamericana, reunida en Río de Janeiro, consideró oportuno sintetizar las líneas de programa y las estrategias preferidas por los teólogos de la liberación. Ahí expresaron que había que instrumentalizar la fe para descubrirla en la acción revolucionaria para implementar el socialismo. Ahí se encontrará a Dios.
También se referían a la “instrumentalización de la caridad”. Para ello había que “comprometerse con la revolución marxista hasta las últimas consecuencias”. 60
En coincidencia con las estrategias de los teólogos de la liberación que recién apenas hemos citado, Allende inició enseguida un descabellado proyecto de reforma educacional que introducía una Escuela Nacional Unificada, o sea, una escuela laica obligatoria. Entonces el sector izquierdista del episcopado
chileno también encontró con Allende puntos de entendimiento: “El proyecto contiene aspectos positivos que nosotros apoyamos sin titubear”, afirmaron en una declaración oficial los obispos Silva Henríquez y Oviedo Cavada, a quienes en aquellos días parecía interesarles sólo la supervivencia del régimen.61
Pasaron los meses y Allende estaba cada vez más en dificultades (al punto que dijo: “Si el pueblo quiere, renunciaré”), cuando el 20 de octubre de 1972 una delegación de obispos, presidida por el monseñor Ismael Errázuriz (Silva Henríquez estaba en Roma), fue recibida por Allende en el palacio presidencial: “La situación es difícil pero no desesperada”, declararon los obispos al final del coloquio. “Esperamos que todos los chilenos de buena voluntad se unan para salir adelante”. 62
Para el episcopado de izquierda, por lo tanto, el objetivo con mayor prioridad era la continuidad del régimen marxista: lo que coincidía con los propósitos de los teólogos de la liberación.
Confirma esto lo expresado por Silva Henríquez en enero de 1973 a los fieles de la provincia de Magallanes. Les dijo que rogaba “a Dios, todos los días, que Chile siga tranquilo. Es mi mayor deseo y ambición en estos momentos”.
Como para reiterar las palabras del Cardenal, un mes después, febrero de 1973, La Prensa reprodujo las expresiones del jesuita Gonzalo Arroyo, dirigente de los Cristianos por el Socialismo. En una conferencia, organizada por el Partido Comunista y el MIR para rendir honor al terrorista Camilo Torres, el sacerdote afirmó públicamente: “El Cardenal Silva Henríquez dijo en una ocasión que el socialismo era inevitable y que él lo compartía”. 63
En junio de 1973 el Cardenal Silva Henríquez asistió a una reunión en Toledo, España. Sus declaraciones en esa ciudad no dejaron de sorprender. Ahí expresó: “Hoy día los comunistas temen la guerra civil porque no están seguros de ganarla” [… ] ”Más de la mitad de nuestro clero es extranjero. Y dentro del clero de izquierda el grupo de extranjeros es de un 60%. Sostienen que Marx, para decirlo en pocas palabras, vale tanto o más que la Biblia”. Luego señaló: “El régimen marxista que impera en Chile ha llevado al país al descalabro más grande de su historia en materia económico-social”. Intuyendo lo que vendría, dijo:
“La solución no se ve clara, y mucho me temo que no sea pacífica”. Luego agregó: “Nosotros queremos dialogar con los comunistas, dialogar con los marxistas, dialogar con los ateos. Pero
para dialogar con ellos no tenemos que renunciar a nuestros principios”.
Vanas fueron las protestas de los sectores católicos. Los católicos tradicionales de la TFP escribieron en su periódico: “A la ruina económica de la nación, el Estado socialista le ha sumado la ruina moral, englobada en un proyecto que quiere volver atea a la juventud, a través la nueva Escuela Nacional Unificada”.
20 Las palabras del obispo encontraron en Italia la aprobación de la prensa
conformista. La Repubblica definió a Camus Larenas como “hombre comprometido en la denuncia de la dictadura y en la defensa de los derechos humanos,
crítico y disidente respecto del régimen militar, desde un punto de vista moral”. El diario Corriere della Sera declaró que Camus Larenas “estaba en la mira
del Gobierno desde siempre, catalogado por su conducta subversiva”. Cfr., para un comentario, Il Borghese del 27 de septiembre de 1987.
21 Cfr. Gonzalo Vial Correa, Pinochet, la biografía (Ed. El Mercurio Aguilar, Santiago, 2002) p. 716.
22 Cfr. Gonzalo Vial Correa, Pinochet, la biografía (Ed. El Mercurio Aguilar, Santiago, 2002) p. 721
23 Cfr. Miguel de Nantes, Ojo: no tropieces en la misma piedra, p. 89 (Ed. Impresos
Universitaria, Santiago, 1999).
24 Para entender bien la naturaleza de la Teología de la Liberación es aconsejable leer los escritos del pensador marxista Konrad Farner: “Esa teología”, escribió Farner, “debe entenderse como teología del comunismo, porque el comunismo es la única esperanza del hombre y sin el comunismo no puede existir el auténtico cristianismo”. Según Farner, solamente a través de la colaboración entre cristianos y marxistas puede nacer la sociedad comunista: “El marxismo solo”, sostiene Farner, “correría el riesgo de construir una sociedad nueva, pero no un hombre nuevo, con el peligro de volver a la sociedad precedente”. Lo que otorgó a los teólogos de la liberación la dignidad de pensadores cristianos fue la difusión en América Latina, a través de millones de copias, de la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII. El quinto capítulo de esa encíclica avizoró la posibilidad de una apertura al marxismo, al límite de suscitar en El Vaticano, por su imprudencia, una oleada de polémicas en medio de las cuales el Cardenal Tardini llegó al punto de definir a Juan XXIII “temporalmente loco”.
“¿Quién puede negar”, dijo, entre otras cosas, Juan XXIII, “que en esos movimientos, existan elementos positivos que merezcan aprobación? Por lo tanto se puede verificar que un acercamiento o encuentro de orden práctico, considerado ayer inoportuno o no fecundo, hoy no lo sea más o pueda llegar a serlo en un futuro”. Con tales afirmaciones, la encíclica ofreció un servicio tan valioso a
la causa comunista, que Palmiro Togliatti no ocultó su propio entusiasmo: “El
mundo será manejado por nosotros y por los católicos”, deliró el líder comunista italiano, “y seguramente encontraremos la manera de arribar a una colaboración recíproca”. El optimismo de Togliatti, aprobado y compartido por
Konrad Farner, que en su libro Theologie des Komunismus aseguró que la flaqueza de Juan XXIII daría lugar a una verdadera colaboración entre cristianos
y marxistas y que nada habría obstaculizado el triunfo del comunismo en todo
el planeta. La ingenuidad política impidió a Juan XXIII (evidentemente olvidando las enseñanzas de Pío XII y su encíclica Humani Generis, de 1950) percibir el doble discurso de los comunistas y su habilidad para manipular y destruir a los aliados transitorios. El daño fue enorme, porque la Pacem in Terris favoreció a los comunistas como “movimiento histórico con objetivos económicos, sociales, culturales y políticos”, con una generosa mano que no hubiese sido fácil retirar. De este hecho nació y se desarrolló en América Latina la Teología de la Liberación. Pero, ¿era ésta una teología? Cómo llamar teólogo al chileno Pablo Richard (docente de la Universidad Católica de Chile y amigo de
Allende) que en su libro Los Cristianos y la Revolución define las bases de la teología de la liberación, por él predicada, como “la práctica de la liberación y la
lucha revolucionaria”. Fue decisiva, en la lucha contra la Teología de la Liberación, la visita de Juan Pablo II a Puebla, México, el 29 de enero de 1979: “Ustedes son guías espirituales”, dijo el Santo Padre, “no agitadores sociales o
políticos. Ciertas ideas de un Jesús político, revolucionario y subversivo no armonizan con las enseñanzas de la Iglesia”. De igual manera fueron eficaces la
severa visita de Juan Pablo II a Perú, en febrero de 1985, y las medidas por él
tomadas, en mayo del mismo año, respecto del brasileño Leonardo Boff. Cfr.,
por otro lado, Il Borghese del 3 de marzo de 1985, p. 535 y sig., Il Giornale del 5
de febrero de 1985, 8 de febrero de 1985, 1 de mayo de 1985, 11 de mayo de
1985 y 28 de mayo de 1986, y el libro Sendero Luminoso New Revolutionary
Model, de James Anderson (Ed. Institute for the Study of Terrorism, Londres.
1987), p. 19. Cfr., asimismo, el libro El Marxismo invade la Iglesia, de Miguel
Poradowski (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1974), el libro Teología de
la Liberación (publicado en Toledo, España, en junio de 1973 y comentado en El
Mercurio del 2 de diciembre de 1975) y el libro La Iglesia del Silencio en Chile, de
la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, Santiago,
25 Cfr. Miguel Poradowski, El Marxismo invade la Iglesia (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1974), p. 77-78.
26 Cfr. Luis Pacheco Pastene, El pensamiento sociopolítico de los obispos chilenos
1962-73, p. 28 (Ed. Salesiana, Santiago, 1985). Y Cfr., otro tanto, Julio Canessa
Robert y Francisco Balart Páez, Pinochet y la restauración del consenso nacional,
pp. 148-155 (Ed. Geniart, Santiago, 1998).
27 Cfr. Augusto Pinochet, Camino recorrido, II, p. 56 (Ed. Instituto Geográfico
Militar de Chile, Santiago, 1991), James R. Whelan, Out of the ashes, p. 724 (Ed.
Regnery Gateway, Washington, 1989), Eugenio Yáñez, La Iglesia y el Gobierno
Militar, p. 56-60 (Ed. Andante, Santiago, 1989) y Gonzalo Rojas Sánchez, Chile
escoge la libertad, pp. 118 y 123 (Ed. Zig-Zag, Santiago, 1998).
28 Con mayor cautela se alineaban otros religiosos como Emilio Tagle, Orozimbo Fuenzalida, Jorge Medina, Augusto Salinas, Francisco Valdés, etc. Cfr. Gonzalo Vial Correa, Pinochet, la biografía (Ed. El Mercurio Aguilar, Santiago, 2002),
p. 714.
29 La denominación exacta del Comité Pro Paz era: Comité Ecuménico de Cooperación para la Paz de Chile.
30 Cfr. Augusto Pinochet, Camino recorrido, II, p. 56 (Ed. Instituto Geográfico Militar de Chile, Santiago, 1991), Gonzalo Rojas Sánchez, Chile escoge la libertad, pp. 117 y 123 (Ed. Zig-Zag, Santiago, 1998) y los diarios La Segunda del 2 de noviembre de 1974 y La Prensa del 3 de noviembre de 1974. Fueron expulsados contemporáneamente Frenz y el pastor luterano Vásquez.
31 Cfr. La Nación del 25 de noviembre de 1962 y el artículo El impacto de la
pastoral en la revista chilena Mensaje del mes de noviembre de 1962. Cfr.
También Julio Canessa Robert y Francisco Balart Páez, Pinochet y la restauración
del consenso nacional, p. 150-151 (Ed. Geniart, Santiago, 1998). Como les sucede
a menudo a los marxistas, beneficiarios privilegiados de los premios Nobel y
de otros premios por la “Paz” y por la “Literatura”, también Raúl Silva Henrí-
quez recibió su ansiado reconocimiento bajo la forma de un misterioso “Premio por la Paz”, otorgado en España mediante una decisión proveniente de un
“comité” desconocido.
32 Cfr. Ercilla del 5 de julio de 1961 y Le Monde del 23 de octubre de 1961. Cfr.
También un comentario aparecido en El Mercurio en marzo de 1970 y referido
en el libro La Iglesia del Silencio en Chile (editado por la Sociedad Chilena de
Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, Santiago, 1976), p. 33-34.
33 Cfr. Mensaje de diciembre de 1962, N° 115, pp. 589-592. Acerca de un exaltado comentario de Silva Henríquez respecto del artículo publicado en Mensaje, cfr. La Voz del 16 de diciembre de 1962. Con respecto a una protesta de la
Iglesia conservadora chilena, cfr. El Diario Ilustrado del 27 de diciembre de
34 Cfr. por otra parte, Mensaje de octubre de 1963, N° 123, y El Mercurio del 18
de abril de 1964. Cfr., asimismo, Mensaje, N° 166, 167 y 168 de 1968.
35 Cfr. Ercilla del 9 de marzo de 1966.
36 Noticias, éstas, difundidas a través de la revista chilena Qué Pasa y de Radio
Moscú (Cfr. Il Borghese del 27 de septiembre de 1987). Referente a las dudosas
actividades de la Vicaría, cfr. Carlos Huneeus, El régimen de Pinochet (Ed. Sudamericana, Santiago, 2001), Gonzalo Vial Correa, Pinochet, la biografía (Ed. El
Mercurio Aguilar, Santiago, 2001), p. 713 y sig., y El Mostrador del 16 de marzo
de 2001).
37 Cfr. sobre aquellos episodios, El Mercurio del 24 de agosto de 1967, El Diario
Ilustrado del 24 de agosto de 1967, El Mercurio del 2 de septiembre de 1968,
Ultimas Noticias del 24 de septiembre de 1968 y el libro La Iglesia del Silencio en
Chile, de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad,
Santiago 1976, p. 85-87. Cfr., asimismo, Julio Canessa Robert y Francisco Balart
Páez, Pinochet y la restauración del consenso nacional, p. 152 (Ed. Geniart, Santiago, 1998), Gonzalo Rojas Sánchez, Chile escoge la libertad, p. 12 y sig. (Ed. ZigZag, Santiago, 1998), Ricardo Krebs, Historia de la Pontificia Universidad Católica
de Chile, p. 866 y sig. (Ed.Universidad Católica, Santiago, 1994), Raúl Silva Henríquez, Memorias, III, p. 10 y 24 (Ed. Copygraph, Santiago 1991) y Teresa Donoso Loero, Historia de los cristianos por el socialismo en Chile, p. 9-27 (Ed. Vaitea,
Santiago, 1975).
38 Cfr. Teresa Donoso Loero, Historia de los cristianos por el socialismo en Chile, p.
39-48 (Ed. Vaitea, Santiago, 1975) y Julio Canessa Robert y Francisco Balart
Páez, Pinochet y la restauración del consenso nacional, p. 153 (Ed. Geniart, Santiago, 1998).
39 Cfr. Philippe Delhaye, La ciencia del bien y del mal, cap. V (Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona, 1990)
40 Cfr el diario español ABC del 22 de septiembre de 1967, El Mercurio del 21 de
septiembre de 1968, la revista Aurora N° 15 del año 1968 y La Nación del 22 de
septiembre de 1968; asimismo, Il Boghese del 18 de septiembre de 1988, p. 155.
41 Cfr El Siglo del 16 de abril de 1969 y Il Borghese del 18 de septiembre de 1988,
p. 154. Interesante, a propósito de Helder Cámara, un irónico artículo del
diario The Wall Street Journal del 3-4 de septiembre de 1999, en el que se refirieron a las palabras del arzobispo, según el cual el comunismo hubiera sido perfecto si no hubiese sufrido las consecuencias de algunos errores de aplicación
práctica.
42 Cfr La Iglesia del Silencio, de la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición,
Familia y Propiedad, Santiago, 1976, p. 90.
43 Cfr. Ultimas Noticias del 21 de agosto de 1969, el Boletín Informativo Arquidiocesano N° 38 del mes de junio de 1969 y El Diario Ilustrado del 22 de junio de
44 Cfr. Storia Illustrata de junio de 1999, p. 60 y sig., artículo de Ugo Bertone.
Según el Corriere della Sera del 18 de octubre de 1998, p. 9, también Augusto Pinochet Ugarte era masón. Un hecho extraño, éste, considerando la fe católica
de Pinochet que, junto a su mujer, asisten casi todos los días a la Santa Misa.
45 Cfr. Ultima Hora del 24 de diciembre de 1969, Clarín del 24 de diciembre de
1969 y El Mercurio del 24 de enero de 1970.
46 Cfr. El Siglo del 18 y 24 de abril de 1970.
47 Cfr. El Siglo de 7 de agosto de 1970. Canal 13 era propiedad de la Universidad Católica. Cfr. Gonzalo Rojas Sánchez, Chile escoge la libertad, p. 121 (Ed.
Zig-Zag, Santiago, 1991) y Ricardo Krebs, Historia de la Pontificia Universidad
Católica de Chile, p. 866 y sig. (Ed. Universidad Católica, Santiago, 1994).
48 Cfr. La revista SIC, N° 328 de 1970.
49 Cfr. El Mercurio del 29 de septiembre de 1970 e Il Borghese del 18 de septiembre de 1988, p. 156.
50 Cfr. La Iglesia del Silencio en Chile, de la Sociedad Chilena de Defensa de la
Tradición, Familia y Propiedad, Santiago, 1976, pp. 138-139.
51 Cfr. El Siglo del 28 de octubre de 1970, Ercilla del 4 de noviembre de 1970, e
ICI del 15 de noviembre de 1970.
52 Cfr. La Revista Católica, septiembre-diciembre de 1970, pp. 58- 85. Pero no todos disfrutaron de aquella victoria de la izquierda. En la mañana del primer
día feriado disponible (lunes 7 de septiembre de 1970) los bancos fueron invadidos por una multitud de ahorristas que retiraron su dinero, a fin de salvaguardarlo en el extranjero. En un día se registró una fuga de 180 millones de
escudos, que dos días después se convirtieron en 650 millones. Se trató evidentemente de una oleada espontánea de pánico, pero Allende y sus aliados no
dudaron en atribuir la causa a una “conspiración internacional”. Cfr. Robert
Moss, Chile’s Marxist Experiment (Ed. David & Charles, Newton-Abbott, 1975),
p. 29-30.
53 Cfr. en La Iglesia del Silencio en Chile, de la Sociedad Chilena de Defensa de la
Tradición, Familia y Propiedad, Santiago, 1976, p. 145 y sig.
54 Cfr. La Nación y El Siglo del 2 de mayo de 1971.
55 Cfr. Los mitos cubanos de la “perfecta sanidad pública” y de la “educación
escolar para todos” fueron demolidos mediante un libro publicado en Francia
por Ileana de la Guardia, hija del general Antonio de la Guardia, fusilado en
1989 por orden de Fidel Castro. Cfr. Libero del 20 de marzo de 2001.
56 Cfr. El diario argentino La Opinión del 23 de octubre de 1971.
57 Cfr. El Siglo y Clarín del 24 de noviembre de 1971.
58
Cfr. Ultima Hora del 27 de diciembre de 1971. Canal 13, propiedad de la
Universidad Católica. Cfr. Gonzalo Rojas Sánchez, Chile escoge la libertad, p. 121
(Ed. Zig-Zag, Santiago 1998), Raúl Silva Henríquez, Memorias, III, p. 24 (Ed.
Copygraph, Santiago, 1991) y Ricardo Krebs, Historia de la Pontificia Universidad
de Chile, p. 866 y sig. (Ed. Universidad Católica, Santiago, 1994).
59
Cfr. La Segunda del 5 de abril de 1972 y Qué Pasa del 4 de mayo de 1972.
60
Miguel Poradowski, El Marxismo invade la Iglesia (Ediciones Universitarias de
Valparaíso, 1974), p. 81 y sig.
61
El proyecto de reforma escolar de Allende merece un comentario. En la Escuela Nacional Unificada, el Estado habría sustituido a los padres en la orientación vocacional de los niños y adolescentes. En los cursos de historia, además, los héroes nacionales hubiesen sido sustituidos por los héroes del marxismo internacional. Para subrayar aún más esos propósitos reformistas, (en la
Gran Avenida del General José Miguel Carrera) se erigió una estatua del Che
Guevara. Buena acogida encontró además el plan de Allende de incorporar a
las escuelas y a la universidad un aguerrido grupo de profesores marxistas
para ejercer presión, al que pronto adhirió el 65% del cuerpo docente. Cfr.
Miguel de Nantes, Ojo: no tropieces en la misma piedra, pp. 20-21 y pp. 82-83 (Ed.
Impresos Universitaria, Santiago, 1999). Fue un proyecto, el de la Escuela Nacional Unificada de Allende, de algún modo análogo al de la reforma escolar
que se aplicó en 1999 en Italia (sin éxito, gracias a la intervención personal de
Juan Pablo II, el 30 de octubre de 1999, frente a 200 mil personas) por el entonces ministro comunista de Instrucción, Luigi Berlinguer, integrante del gobierno italiano de centroizquierda, presidido por Massimo D’Alema, también
él actualmente comunista. Cfr. toda la prensa italiana de aquellos días y, en
particular, del 31 de octubre de 1999.
Cfr. La Prensa del 15 de febrero de 1973.
63
Cfr. El Mercurio del 30 de enero de 1973, La Prensa del 15 de febrero de 1973
y, por un comentario, Il Borghese del 18 de septiembre de 1988, p. 165.